Viernes 29 de Septiembre de 2023 | Edwin Sánchez
A los liberales que
aman la Patria: Wilfredo Navarro,
Arturo Cuadra Ortegaray,
Enrique Quiñonez,
Moisés Absalón…
I
De la Biblia debemos aprender la ciencia de la historiografía. A través de sus 66 libros nos damos cuenta de lo que estaban hechos, realmente, los grandes hombres y mujeres de Israel, en sus respectivos contextos.
A nadie, desde los patriarcas, jueces, reyes, profetas hasta los apóstoles, se les remendó su paso por este mundo. No se les adornaron para nada sus biografías. Ahí están escritas sus vidas tal y como transcurrieron.
El caso de David es emblemático.
Las Escrituras no hablan únicamente del poder y la gloria del conquistador de Jerusalén. Ofrecen pormenorizados detalles de su bajeza.
Si quiere enterarse sobre el “incólume” de San Pedro, también encontrará a un vacilante, toda su cobardía y sus negaciones —“¡Yo no conozco a ese hombre”!— que hasta un gallo reprobó.
Puede comprobar la falta de fe colectiva de los apóstoles en Quien cambiaría el Curso de la Historia Universal, cuando la barca en la que viajaban zozobraba en medio de la tormenta…
Esta es la diferencia cuando el Espíritu Santo inspira a los escritores bíblicos a dar testimonio de la Verdad Inmutable, y lo que son capaces de biografiar los hijos de los hombres para florear narrativas que no siempre sucedieron como se leen en las crónicas.
Razón de más para confiar en la Palabra de Dios.
Según los historiadores de la Tierra, sus próceres, héroes, magistrados, reyes y presidentes, y hasta sus destacados deportistas, todos son sin pecado original.
Además, los cronistas con banderas ideológicas ensalzan a sus paradigmas, por malos que fueran, pero tachan a los principales.
En estos casos no filtran nada. No ocultan su condición de sujetos carnales, y más bien exageran sus debilidades y retuercen más sus equivocaciones.
Así que las guerras nacionales o personales que no se logran vencer en los campos de batalla, se “ganan” a la hora de encargar la redacción de la “Historia”.
Por eso, a las incómodas existencias no se les arregla ni una tilde. Son detestados. Y se les niega su sitial de honor por la “anomalía” de ser completamente humanos.
Con todo, nunca hubo hombres impecables, por papas, cardenales, emperadores o canonizados que fueran.
Sixto IV, por ejemplo, aprobó e instaló —en y desde España— el dolor, el sufrimiento y la tragedia para muchos pueblos, etnias y creyentes de otros credos.
Bajo este despiadado papado se estableció el Tribunal del Santo Oficio, conocido como la Santa Inquisición, en su versión más atroz, en 1478.
¿Y qué decir del “Papa ideal de Hitler”, como se le conoció a Pío XII?
Si no hay “santidades” infalibles ni El Vaticano es la cuna y el monopolio de las virtudes humanas, ¿cómo exigir Héroes Inmaculados?
No existen.
A veces hacen falta historiadores, no voceros del pensamiento conservador. Durante más de un siglo, en vez de presentarnos a Máximo Jerez tal como fue, consumimos una hagiografía.
Y así con otros.
Al contrario, a las personalidades cuyas gallardías les garantizaban de antemano el mármol, se les silenció o se les reconoció aquello que “no era tan comprometedor”.
Es el caso de los generales, presidente José Santos Zelaya, y gobernador Rigoberto Cabezas.
Sus nombres están muy ligados a lo que todavía algunos, por ignorancia, llaman “la Costa Atlántica”, cuando lo apropiado, aunque parezca elogio, es El Caribe.
Así que todavía hay quienes de un plumazo tachan todo un singular mundo cultural, multiétnico y real-maravilloso, como diría Alejo Carpentier, que enriquece a Nicaragua.
Por mantener aislado El Caribe durante siglos, ignoramos todo lo que nos incumbe como nación.
Antes éramos pedazos incomunicados. Desintegrados. Islotes de tierra firme.
Una solemne cartografía del olvido, donde la mayor extensión territorial, paradójicamente, era la más invisible de todo nuestro Atlas nicaragüense. Tan invisible como la hazaña del general Cabezas de izar la Bandera Nacional en Bluefields, el 11 de febrero de 1894.
Así era Nicaragua en manos de los líderes de la incuria y la desintegración nacional.
Y, bajo esa pequeñez de la oligarquía que redujo Nicaragua a “paisito”, ignoramos la gesta del General Cabezas, porque pensamos todavía que Managua, León, Granada, el mesón de Rivas y la Hacienda San Jacinto son la “Historia” de Nicaragua.
El General Cabezas es uno de los héroes proscritos.
Sí.
Al político y militar solo se le “celebra” su faceta de fundador del diarismo, cuando por cumplir el resuelto mandato del General Zelaya, el mayor legado lo gozamos hoy.
No estamos limitados al Este por un protectorado inglés, unas Malvinas, o un Raj británico, como el que en 1947 se independiza, y divide parte de la península indostánica en la India y Pakistán.
Quizás a estas alturas, la Costa habría alcanzado su independencia del Reino Unido y hasta hubiera sido también dividido en dos países. Al fin y al cabo, El Salvador e Israel caben perfectamente, y hasta sobrarían casi 7 mil kilómetros cuadrados. O bien ser una Suiza más grande que el mismo país helvético, de 41 mil 281 kilómetros cuadrados.
Pero Estados Unidos también quería “heredar”, del Imperio Británico, la Costa. Sería entonces, en el mejor de los casos, una suerte de Puerto Rico o una colosal desgracia superior a Guantánamo.
Todo eso y otras pretensiones intervencionistas las impidió el corazón patriótico del General Zelaya, que se convirtió en una coraza en la defensa de la soberanía.
Sí, se opuso y evitó el desguace de Nicaragua.
Estaba convencido que los límites naturales de su Patria no eran los que ordenaban las metrópolis.
La Nota Knox no es de balde.
Gracias al General Cabezas, respaldado por el presidente Zelaya, Nicaragua recupera 50 mil kilómetros cuadrados de territorio, al incorporar la Mosquitia.
Vino la Revolución de 1979 y cometió el error de cancelar el otrora Departamento de Zelaya. Esto por historiadores tradicionales de la escuela conservadora, que así como despacharon de la Historia al Jefe de la Revolución Liberal en los 80 —porque no era “marxista ni antiimperialista” —, también lo hicieron con la misma Revolución Sandinista en los 90: “¡Adiós muchachos!”, porque “eran marxistas y antiimperialistas”.
¡Estamos claro!
Por supuesto, la restauración conservadora mantuvo la decisión con Chamorro, Alemán y Bolaños, pero el Gobierno del Presidente Daniel Ortega y la Vicepresidenta Rosario Murillo recuperaron Zelaya Central.
Por algo se empieza.
La restitución de nuestra Memoria Histórica es impostergable, más allá de los lábaros partidarios.
II
Hombres que no hicieron algo relevante, si se midieran con la misma vara de los generales Zelaya y Cabezas, no les llegarían jamás a los tacones de sus botas, pero aun así, algunos departamentos llevan sus apellidos.
Nadie los cuestionó en el siglo XX.
Esos nombres en la División Política Administrativa del país mantienen su vigencia, sin merecerlo, si, como decimos, se ponen en la balanza de la Historia sus cositas con lo que hicieron por la patria revolucionarios de la talla de Zelaya y Cabezas.
Y así los prohombres de la Historia fueron, si no eliminados, preteridas sus grandezas. Es que para la mediocridad que siguió al gobierno del General Zelaya es insoportable que un presente apocado, en manos de pusilánimes, lidie con la magnitud de un pasado de alto calibre.
La Nota Knox fue el régimen de Nicaragua hasta 2007, salvo el periodo de julio 1979-abril 1990.
Mantener el nombre del líder de la Revolución Liberal de 1893 en la Costa, aunque pareciera un justo reconocimiento, no lo fue.
Era una región ignota de la que nadie en el poder daba cuentas. No les interesaba. Y siguió tan abandonada como cuando la oteó el almirante Cristóbal Colón el 12 de septiembre de 1502.
Así que no era lo mismo tener a Rivas o Carazo, o hasta la comarca que honra nada menos que a Pío XII en Nandasmo, tan actuales por la proximidad, que contar con el intolerable recuerdo de la Revolución auténticamente Liberal de Zelaya.
Su administración, por primera vez en los anales, actuaba de cara a los intereses nacionales, y procuraba, por todos los medios, desarrollar la ruta del Canal Interoceánico con Japón u otras metrópolis, al margen de los Estados Unidos.
José Santos era “un mal ejemplo”.
A las potencias “se les venera”. Y eso fue lo menos que hizo este primer gran “heresiarca” de Nicaragua, quien a sus tantas “insolencias” le agregó su apasionada dedicación a la Unión Activa de Centroamérica.
Así que estos hechos concretos, firmes, incuestionables, fueron desaparecidos o menguados por los ideólogos del conservatismo para implantar símbolos vacíos.
Pero si por alguna razón lo del Canal era “pasable”, lo que no perdonaría la oligarquía más atrasada de América es que puso en su lugar a la Iglesia Católica Romana.
Terminó con la Edad Medieval en la que Nicaragua había sido sometida.
Acabó con el estado casi teocrático. Y rompió el monopolio religioso, estableciendo la libertad de los otros cultos, antes perseguidos y reprimidos por la dictadura eclesiástica. Acabó con la educación regida por la Iglesia Católica, estableció el matrimonio civil, el divorcio. Acabó con la impunidad de los sacerdotes “bandiditos”, etc.
Hacer todo lo que hizo Zelaya en la última década del siglo XIX no es para cualquiera. Abolir el latifundio de almas y el canon de propiedad de “manos muertas” fue inédito, un trascendental progreso sin parangón en la Historia Nacional.
La definición del Banco de la República de Colombia es lo que precisamente dejó de existir con Zelaya: “Las manos muertas eran bienes raíces, muebles, semovientes y censos (préstamos hipotecarios) que no podían ser vendidos o redimidos, por lo cual estaban fuera del mercado. Casi todos los bienes de manos muertas eran bienes controlados por el clero, la cual derivaba un gran poder económico y político de ellos”.
Si en los años 60 y 70 de siglo XX se miraba como “seres raros” a los evangélicos, se les desdeñaba, se les rotulaba de “sectas” (aún hay algunos que emplean el epíteto), y los fanáticos o turbas católicas apedreaban los pocos templos de los protestantes, ¿cómo sería lo que enfrentó el General Zelaya?
El mismo adelantado sacerdote y poeta, Azarías H. Pallais (1884-1954), debió contener en Corinto a la chusma dedicada a apedrear a evangélicos porteños.
Lidiar contra el oscurantismo es una proeza. Más si el combate por el desarrollo de Nicaragua se hace en las peores condiciones de asedio interno y externo.
Fue, desde todo punto de vista, un enfrentamiento desigual.
Desafió por un lado a los presidentes de Estados Unidos, Grover Cleveland, William McKinley y Theodore Roosevelt, y por el otro a un vengativo poder bimilenario.
Enfrentado a cuatro doctrinas imperiales, las temporales Monroe, El Gran Garrote y la Diplomacia del Dólar, y las “divinas” dogmáticas de los papas León XIII y Pío X, el presidente Zelaya no la tuvo fácil.
Valga decir que las diatribas panfletarias de José Madriz en contra del “tirano” y “usurpador”, alimentaron y “justificaron” la Nota Knox.
El premio no se hizo esperar. Se ahí salió una presidencia, que solamente le duró ocho meses, y un departamento inmerecido con el nombre aludido.
Nostalgias de la Nota Knox que es el cubilete paradigmático de algunos, en el que si no calza, ni alcanza, ni se amolda la Nicaragua de hoy, debe ser agredida por todos los medios.
III
Aquí, a excepción del actual Gobierno de Reconciliación y Unidad Nacional, GRUN, se ha rendido culto a la muerte. Que para ser Héroe necesariamente debe ser también mártir. O morir combatiendo.
La excepción a la regla, impuesta por el Estado en descomposición hasta 2007, fue cuando ingresó en el Preámbulo de la Carta Magna, y en vida, el cardenal Miguel Obando y Bravo, esto más allá de que estemos o no de acuerdo.
El General José Santos Zelaya debe figurar junto con el General Rigoberto Cabezas en el pedestal del Ordenamiento Jurídico de la Nación, vedados por el pensamiento conservador que aún los denigra o los ningunea.
Como decíamos, no es para cualquiera lo que enfrentó el jefe de la Revolución de 1983. Solo firmar el acta de defunción del Estado Parroquial de Nicaragua hace que el General Zelaya se constituya en uno de los grandes Héroes infaltables de la nacionalidad nicaragüense.
Sumemos a ello que gracias a su gobierno, por su visión y misión, Nicaragua no acaba con cinco departamentos limítrofes al Oriente y Sureste: Jinotega, Matagalpa, Boaco, Chontales y Río San Juan.
La victoria patriótica del General Zelaya es tan laudable en el tiempo y más en el espacio, como la persistencia del Comandante Daniel Ortega y la escritora Rosario Murillo en engrandecer, literalmente, a Nicaragua.
Si la Revolución Liberal permite, en el siglo XIX, agregarle 50 mil kilómetros cuadrados al país, en el siglo XXI la Revolución Sandinista expande las fronteras nada menos que con 75 mil kilómetros más en el Mar Caribe.
El resto de Jefes de Estado desde 1825, Supremos Directores a partir de 1841, y Presidentes de 1854 en adelante, solo se encargaron de perder y entregar inmensos territorios de nuestra República a manos llenas y extranjeras.
Hay 10 Héroes Nacionales en el Preámbulo. ¿Por qué no completar la bíblica cifra de la plenitud?
Serían Los Doce de la Historia.
¿Cómo estaríamos ahora con un Mapa de 80 mil kilómetros cuadrados?
No tendríamos ni 25 kilómetros de Costa Caribe en San Juan del Norte.
Y nos hubiéramos quedado sin una salida al Mar Caribe, digna de la Patria Grande que soñó el liróforo de Metapa.
El General Zelaya es un Héroe de la Soberanía Nacional.
Para aquellos que andan con un angelímetro, midiendo los yerros de la gente, debemos recordar que el Preámbulo de la Constitución no es un santoral y que la Historia no la hacen los arcángeles.
Dios sabe por qué, ayer y hoy, pone liderazgos de la estatura de un José Santos Zelaya en la Historia y Geografía de Nicaragua.
Y con el respeto y respaldo de Rubén Darío.
El Señor bendiga la Revolución de la Prosperidad.
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(*) El Autor es Escritor.