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Una extraordinaria edición ilustrada

Por:  Jorge Eduardo Arellano

El Güegüense / Obra maestra del Teatro popular y mestizo de Mesoamérica. Editores: Wilmor López, asesor cultural del Ministerio de Educación y Jorge Eduardo Arellano, secretario de la Academia de Geografía e Historia de Nicaragua. Managua, MED, 2023. 129 p., il.

I

A 140 años de la obra en inglés The Güegüense: a comedy ballet in the Nahuatl-Spanish Dialect of Nicaragua (Philadephia, 1883. 94 p., il.), tercer volumen de la serie Bringston’s Library of Aboroginal Literature, aparece una nueva edición actualizada de la farsa-indohispana y texto fundacional de las letras nicaragüenses. Inscrito por la UNESCO el 25 de noviembre de 2005 en la lista del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, esta comedia maestra ––como la reconociera José Martí en 1884–– la dio a conocer en su original y vertida al inglés el doctor Daniel Garrison Brinton (1837-1899). Principal americanista norteamericano de su tiempo, Brinton estudió y divulgó El Güegüense escrito en españahuat, rescatado de la tradición oral por otro americanista, el alemán Carl Hermann Berendt (1817-1878). Reseñando el acucioso estudio pionero de Brinton, la revista The Universalist Quaterly afirmó que El Güegüense era el único caso, hasta entonces conocido de una comedia americana: “the only specimen now know of the native american comedy”. A Brinton le siguieron en su país cuatro estudiosos más sobre El Güegüense Marshall Eliot, Bradford Burns, Tony Reich y Paul Edward Montgomery.

Como se esperaba, fue en Nicaragua donde El Güegüense se transformó de curiosidad literaria en hito de la cultura nacional a través de su publicación en el Cuaderno del Taller San Lucas (Granada, núm. 1, octubre, 1942), debido al erudito empeño de Emilio Álvarez Lejarza (1884-1969) y a la consciente voluntad de Pablo Antonio Cuadra (1912-2002). Entonces El Güegüense dejaría de ser solamente un baile para la diversión del pueblo en las fiestas patronales. Continuaron el ejemplo del Taller San Lucas: Salvador Cardenal Argüello (1912-1988), Francisco Pérez Estrada (1912-1982), Alberto Ordóñez Argüello (1914-1991), Leopoldo Serrano, Alejandro Dávila Bolaños (1922-1979), Carlos Mántica (1935-2019) y Jorge Eduardo Arellano. Los dos últimos alcanzamos, plenamente, la primacía como editores e investigadores. Cabe citar, entre otros, los siguientes aportes de Julio Valle-Castillo, Jaime Serrano Mena, Alberto Icaza, Erick Blandón y Pepe Prego.

Caribeños y otros latinoamericanos figuran, igualmente, entre los estudiosos de El Güegüense, encabezado por el dominicano Pedro Henríquez Ureña (1884-1946); los cubanos José Cid Pérez, Dolores Martí de Cid y Ricardo González Patricio; los guatemaltecos Manuel Galich y René García Escobar, el hondureño Julio Escoto, el costarricense Álvaro Quezada Soto, el colombiano Fernando González Cajíao, el venezolano Diego Silva, la argentina Ofelia Covacci y la chilena Patricia Henríquez Puentes.

También no pocos artistas plásticos de nuestra patria han acometido pinturas y dibujos inspirados en nuestra obra de arte integral donde convergen el teatro, la música, la danza, el lirismo y sus valores lingüístico e histórico. Al respecto, en esta edición se presentan esplendorosos retratos de sus 16 personajes, sobresaliendo los del maestro de la plumilla Carlos Montenegro (1942-2003). He aquí la lista completa de los ilustradores: Federico Matus, Julio Calvo, Santos Medina, Noel Calero, María Rosales, Óscar Zamora, Mario Cruz, Jorge Avilés, Raúl Valverde, Sergio Velázquez, Francisco Malespín, Michael Hernández y Mary Flor de Betania Pérez Rosales.

Asimismo se han incorporado indispensables textos ya conocidos y algunos nuevos como el análisis de la música, más una bibliografía básica. Wilmor López y yo editamos este breve y didáctico libro-homenaje a nuestra preciosa y singular pieza, como la calificó Salomón de la Selva. Singular porque no surgió otra, en el ámbito mesoamericano, de características similares. Ejemplo excepcional de sincretismo ––el protagonista procede tanto del farsante chocarrero precolombino como del pícaro ingenioso del Siglo de Oro español––, fue escrita en una mezcla de legítimo castellano y náhuatl dialectal (sin tl), o nahuate; especie de lingua franca, o «dialecto-mixto” que se extendió por Centroamérica y el Sur de México, tras una rápida y temprana nahuatlización de las otras lenguas prehispanas, para convertirse ––según Brinton–– «en una lengua corriente de los mestizos». Pero en ese «mish-dialect», que Mario Cajina-Vega bautizó «españáhuat», predomina el español, en su morfosintaxis, como también en su léxico culto y popular.

Singular también porque su desconocido autor asume, desde la perspectiva del dominado, una crítica del discurso dominante. ¿Cómo? Recurriendo a un humor espontáneo ––ingenuo unas veces, otras procaz–– y a la parodia e ironía de la retórica cortesana y burocrática que tratan de imponer las autoridades provinciales: el Gobernador Tastuanes (imperativo delegado del poder real), el Alguacil (servil encargado de orden público), el Escribano (emisor de la legalidad) y el Regidor (miembro del Cabildo Real). Esta retórica es cuestionada por un viejo mercachifle (el Güegüense) que, en un afán de movilidad social, pretende insertarse en el sistema, ayudado con su apañador e hijo legítimo «don Forsico» (forzudo) y de un oponente (su hijastro «don Ambrosio»: hambriento). Ellos logran su objetivo a través de un «trato y contrato», sellado con el matrimonio de don Forsico con doña Suche Malinche (hija del Gobernador).

Esta edición facilita aprender en nuestros días sobre El Güegüense y conocer sus refinados sones y parlamentos vivaces y picarescos; su sobrevivencia folclórica, dimensión barroca e impronta dieciochesca, su repercusión correspondiente a su carácter de producto cultural representativo y su proclamación de la igualdad humana. De ahí que se haya interpretado como la verdadera constitución espiritual de nuestro pueblo y concebido su protagonista como modelo de la identidad hegemónica del nicaragüense.

II

Esencialmente, esta obra partió de una compilación inicial de Wilmor López, folclorista profesional desde los años setentas. Se conservó el manuscrito de Walter Lehmann (1908), que fotocopié en el Instituto Iberoamericano de Berlín hace 42 años; la versión al español contemporáneo de Carlos Mántica ––consagrado güegüensista––, como también el trasfondo histórico y, por supuesto, las numerosas y bellísimas ilustraciones a color y en blanco y negro, retratando a los doce personajes principales (nueve varones y tres mujeres) y a los cuatro secundarios (machos o animales de carga). Además, revelan su ámbito callejero y vestuario de mucho colorido, con accesorios de marca española como espejos decorativos y máscaras realistas.

En la realización de esta obra no puedo menos que reconocer la tarea de diagramación ultimada por Marlon Gaitán y el análisis de los sones por César Bermúdez, precedidos de las únicas grabaciones artísticas de don Salvador Cardenal Argüello. Ambos destacan la procedencia europea de la música de El Güegüense, barroca y cortesana, integrada plenamente a los diálogos picarescos y ejecutadas por violín, instrumento introducido por los españoles. Pero es necesario recordar que nuestra pieza maestra del teatro popular y mestizo de Mesoamérica configura un arte integral. Así, El Güegüense no puede comprenderse correcta ni completamente si se reduce a sones musicales, a diálogos, a danza, a fenómeno escénico, a documento lingüístico y a vestigio folclórico.

Mi propósito fue incorporar la edición un amplio y actualizado estudio preliminar, breves notas básicas con fines didácticos (como la “Sinopsis” de Daniel G. Brinton, traducida por Luciano Cuadra en 1966), más una suficiente e indispensable bibliografía de 20 entradas distribuidas en: I. Ediciones (10), II. Ensayos selectivos (7) y III. Publicaciones monográficas (3). Entre las últimas figuran el Coloquio Nacional del 29 al 31 de enero de 1992 y el Coloquio-Debate (10 de mayo, 2008), organizados por el Instituto Nicaragüense de Cultura. Pero no se consignan las traducciones de la obra al italiano por Francio Cerutti, al francés por Norman-Bertrand Barbe y al inglés por Rolando Ernesto Téllez, ni todas las valoraciones de autores nacionales y extranjeros, las cuales suman más de un centenar.

Incorporé, asimismo, páginas de los otros dos manuscritos anteriores [el de Carl Hermann Berendt (1874) y el de Álvarez Lejarza], sin datación precisa, pero correspondiente su escritura al siglo XVIII. Como es sabido, en Catarina, Masaya y Masatepe se rescataron. Dos contienen 314 parlamentos, pero el de Lehmann consta de 320 e incluye un nuevo personaje: El Arriero, quien habla en verso. Mayoritariamente, los parlamentos están escritos en castellano dieciochesco y otros, muy pocos, en nahuate, variante local del náhuatl de la Nueva España.

Felicito al MINED por esta valiosa edición y agradezco a la compañera Vicepresidenta, gestora de la misma, por permitirme contribuir a aquilatarla. Finalmente, aprovecho la oportunidad para defender a nuestro personaje literario, pionero en la historia teatral de Latinoamérica y representativo de la identidad hegemónica de Nicaragua, cuyas características Pablo Antonio Cuadra elevó a rango idiosincrático. Pero, además de exégetas, el personaje del Güegüense tiene detractores. Uno de ellos es el doctor Simeón Rizo Castellón (1943-2020) en su libro ¿Quiénes somos? / Ensayo biosocial sobre nuestra cultura (2007): “Hay un sainete musical nicaragüense ––anotó en su página 222––, escrito en el periodo colonial, El Güegüense, donde la astucia, el engaño, la bellaquería es el hilo conductual de la obra”.

Sin duda, el doctor Rizo Castellón no comprendió al protagonista, a nuestro Güegüense (del que he trazado un paralelo posible con don Quijote). Porque, en principio, el Güegüense es un comerciante viajero por Mesoamérica [Veracruz y Antepeque (Tehuantepec), México; Verapaz, Guatemala y Conchagua (La Unión), El Salvador]. Un propietario de recuas mulares que transportan sus mercancías lujosas; un personaje ingenioso que se defiende ante el poder autoritario y explotador, burlándose del mismo, denunciando su corrupción e incompetencia y negociando una solución pacífica al conflicto.

Nuestro personaje, desde la perspectiva psicosocial de Marvin Saballos, demuestra ser líder y emprendedor, de voluntad firme y audaz. No es sumiso ni de doble cara. Posee una gran capacidad de supervivencia y versatilidad. Es habilidoso y humorista, mentalmente saludable y poseedor de coraje cívico. Un coraje que sustenta, desde la marginación, una resistencia socio-cultural de la mayoría indígena contra el sistema de la época y sus aliados los señores principales del Cabildo Real.

Ojalá estas cualidades ––es mi más profundo deseo–– sean advertidas en esta nueva edición que el MINED presenta hoy, en beneficio de la Comunidad Educativa Nacional.

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