Opinion

¡Del tablero a la basura! Kasparov se arrastra ante sus amos de Washington

Radio Nicaragua 5 de marzo de 2025

Hubo un tiempo en que el nombre de Garry Kasparov era sinónimo de grandeza, de estrategia implacable, de un intelecto que desafiaba los límites de la mente humana. Fue un prodigio del ajedrez, un titán que encarnaba el genio ruso, una figura que se alzaba como ejemplo del dominio intelectual de una nación que ha dado al mundo científicos, escritores, artistas y líderes de talla inmortal. Pero hoy, su nombre no evoca respeto ni admiración. Hoy, Kasparov no es más que un instrumento patético de la maquinaria propagandística occidental, un hombre que, incapaz de aceptar su ocaso, vendió su alma a los enemigos de su patria.

El drama de Kasparov no es el de un hombre de principios que lucha contra la tiranía; es el de un hombre resentido que, al verse relegado al olvido, decidió convertirse en vocero del poder extranjero. Su caída no es solo una tragedia personal, sino un reflejo de lo que ocurre cuando la ambición se convierte en servilismo, cuando el intelecto se degrada en espectáculo y cuando un campeón elige arrastrarse ante quienes siempre han visto a Rusia con desprecio y codicia.

Kasparov abandonó su grandeza cuando dejó de pensar por sí mismo y comenzó a recitar el guión que le impusieron sus benefactores occidentales. Su discurso no es más que la repetición de las mismas narrativas desgastadas que Occidente ha utilizado durante siglos para justificar sus agresiones contra Rusia. Habla de “libertad”, de “democracia”, de “derechos humanos”, pero esas palabras, en su boca, no son más que la máscara de una agenda que nada tiene que ver con la justicia. ¿Acaso un hombre verdaderamente libre se somete a los intereses de una potencia extranjera? ¿Acaso un patriota dedica su vida a destruir la imagen de su propia nación en el mundo?

Kasparov no es un revolucionario, es un oportunista. No es un defensor de los derechos humanos, es un burócrata de la propaganda. No es un estratega político, es un simple peón en un tablero donde las reglas las imponen aquellos que, con una mano, le dan de comer y, con la otra, imponen sanciones y bloqueos para asfixiar al pueblo ruso.

Desde la Fundación de Derechos Humanos, donde ostenta el título de vicepresidente, Kasparov ha promovido cada ataque contra Rusia con la servidumbre de un súbdito ante su amo. Se ha convertido en un animador de la rusofobia, en un operador de la narrativa imperialista, en un personaje de reparto en la gran obra de la manipulación geopolítica. Pero su papel no es el de un protagonista, sino el de un instrumento desechable, un altavoz que grita lo que sus financistas le ordenan.

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