Por: Fabrizio Casari
Tras la primera ronda de negociaciones indirectas llevadas a cabo en Omán, Roma acoge las conversaciones entre Estados Unidos e Irán centradas en el programa nuclear iraní. En esencia, EE.UU. pretende reducir la defensa iraní al ámbito convencional y su papel político en el área regional. La motivación oficial es limitar la proliferación nuclear en una zona de primordial importancia geoestratégica para el comercio mundial, especialmente en lo que respecta al transporte de crudo (Estrecho de Ormuz por donde transita el 35% del total y que Irán controla), pero la verdad es que se trata de una amenaza abierta contra quienes desafían el poderío militar de Israel.
La exigencia de EE.UU. está destinada a impedir que una eventual acción de fuerza israelí (y/o estadounidense) pueda recibir una respuesta capaz de golpear a Tel Aviv con máxima eficacia. Se intenta así mantener un statu quo que permita al Estado terrorista de Israel llevar a cabo su política genocida sin el temor de tener que pagar con su propia supervivencia.
Las negociaciones no serán fáciles, porque a diferencia de los campos de refugiados palestinos, el Estado persa dispone de capacidades militares y cuenta con un acuerdo de asociación estratégica con Rusia que, aunque no incluye la esfera militar, implica un compromiso común para salvaguardar la seguridad en la región.
EE.UU. considera necesario intervenir nuevamente en la cuestión tras haber firmado primero – bajo Obama – y luego roto – bajo el primer mandato de Trump – el acuerdo denominado 5+1, promovido por Italia y firmado por China, Rusia, Francia, Reino Unido, EE.UU. y Alemania, el cual reconocía la legitimidad de Irán para desarrollar energía nuclear con fines pacíficos. En 2018, durante su primer mandato, fue el propio Trump quien retiró a EE.UU. del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), el acuerdo sobre el programa nuclear iraní firmado bajo la administración de Barack Obama en 2015. Esto confirmó que Washington no es un interlocutor creíble ni confiable, dado que el concepto de herencia histórica tiene poco valor en la política exterior estadounidense.
Moscú y Pekín no intervienen directamente, pero ciertamente no tienen intención de permitir que Estados Unidos e Israel condicionen el desarrollo de Irán y mucho menos que obstaculicen su reapertura de relaciones diplomáticas y políticas con las monarquías del Golfo. Esto es de fundamental importancia para un rediseño positivo de los equilibrios geopolíticos y energéticos del área del Golfo Pérsico y del Medio Oriente, que parece estar favorecido con la presencia conjunta de Irán y Arabia Saudita en el universo BRICS.
Washington se imagina poder sentarse a negociar con la amenaza de una intervención militar en caso de que Irán no acepte la limitación estructural de su desarrollo económico y militar. Sin embargo, Teherán no parece dispuesto a interpretar el papel del cordero que llama a la puerta de casa en el día de Pascua para autoinvitarse a almorzar.
Que Irán dispone de todos los componentes necesarios para dotarse de sistemas de armas nucleares es seguro, al menos según afirma la AIEA, cuyo Director, Mariano Grossi, sostiene que sólo falta que decida ensamblar lo que ya posee. No hay informaciones oficiales sobre el contenido de las negociaciones, pero según filtraciones deliberadas, Witkoff, el jefe de los negociadores estadounidense, habría presentado a sus interlocutores un borrador de acuerdo que no incluye la exigencia de desmantelar totalmente el programa nuclear civil iraní.
El contexto
Parece poco probable que Washington haya cambiado radicalmente su postura respecto a pocas semanas antes, cuando Trump advertía sobre un posible ataque militar estadounidense si Teherán no desmantelaba todo su programa nuclear. Pero, si se confirmaran estas filtraciones, representarían un cambio de rumbo significativo por parte de EE.UU. y un importante avance en la negociación.
Como corolario de esta hipótesis optimista, encontraría confirmación indirecta la noticia filtrada por la Casa Blanca la semana pasada, según la cual Estados Unidos habría bloqueado un ataque de Israel contra Irán. Tel Aviv habría planeado para el 9 de mayo un ataque en profundidad contra los sitios nucleares iraníes, pero Trump habría pedido suspenderlo para dar tiempo a que las negociaciones avanzaran en la búsqueda de un acuerdo.
Sin embargo, persisten dudas sobre la disposición de EE.UU. a aceptar que Irán continúe con su programa de nuclearización energética con fines civiles. No tanto por la percepción de Washington sobre la magnitud del peligro, sino por las presiones israelíes sobre la administración Trump, que piensa en todo menos en enfrentarse con Tel Aviv.
En realidad, pensar que las conversaciones puedan tener un resultado positivo parece un gran ejercicio de optimismo de la voluntad. Mientras que por parte iraní existe la intención clara de negociar únicamente el programa nuclear civil a cambio del levantamiento de las sanciones, para EE.UU. e Israel (invitado invisible en la negociación) el juego con Irán abarca cuestiones de importancia geoestratégica que van más allá del simple programa de desarrollo nuclear. Son la asociación con Rusia, el arsenal de misiles balísticos del país persa y las relaciones con sus aliados en Oriente Medio: desde Hezbollah hasta Hamas, desde las milicias chiíes iraquíes hasta Ansarallah en Yemen.
En una negociación nacida para encontrar una solución mutuamente aceptable sobre el programa nuclear – que en todo caso, para Irán, debería reflejar lo establecido en el acuerdo de 2015 (JCPOA) – incluir este conjunto de cuestiones equivaldría, con toda probabilidad, a hacer naufragar el proceso. También porque frente a las exigencias occidentales que contemplarían la reducción de Irán a una entidad nacional sin política exterior ni energética, es decir, sin influencia en el tablero regional, no se ve qué podría proponer el eje EE.UU.-Israel que no sean frases genéricas con promesas y amenazas. Tal vez, Teherán aceptaría (quizás) discutir estos elementos adicionales solo después de que se alcance un acuerdo satisfactorio para los Ayatolás sobre la negociación actual.
Lo que es seguro es que la base del contencioso entre persas y Occidente presenta un marco sistémico decididamente diferente incluso al de 2015. El programa nuclear iraní ha avanzado considerablemente, aunque la propia CIA afirma que no hay indicios de un uso con fines bélicos. Lo que interesa a Trump es la posibilidad de que Irán influya sobre los hutíes yemeníes para detener los ataques desde Yemen hacia el Mar Rojo, sin tener en cuenta que, aunque Teherán goza de influencia y prestigio entre Ansarallah, eso no significa que estos obedezcan automáticamente a las solicitudes persas, en caso de que se produjeran.
Escenarios
Pero la negociación está viciada por ser solo un espejo deformante de la voluntad política de golpear a Irán para eliminar a la única potencia regional capaz de contener el expansionismo del régimen genocida israelí y de su socio mayoritario en Washington. De hecho, el lobby israelí dentro de la Casa Blanca presiona por una solución militar a través de un ataque conjunto entre Israel y EE.UU. contra Irán, con la opción alternativa de que Israel ataque en solitario con apoyo logístico, aéreo y satelital estadounidense para cubrir el ataque. El Mossad sostiene que el ataque israelí de finales de 2024 habría reducido significativamente la fuerza militar iraní, pero esa evaluación es claramente interesada. En realidad, la capacidad militar de Teherán sigue siendo considerable y su posibilidad de infligir duros golpes a Israel es cierta, lo que exportaría el conflicto a todo Oriente Medio, provocando así una verdadera crisis económica global.
Irán no tiene prisa; Trump sí. Necesita exhibir un primer éxito en política exterior. Pero una agresión occidental contra Irán generaría aún más críticas a la Casa Blanca, que se sumarían a las ya serias por la gestión caótica de los aranceles internacionales y las fanfarronadas sobre Groenlandia y el Golfo de México. Propondría una nueva y sangrienta guerra en la que EE.UU. se vería involucrado, lo cual estaría muy lejos de lo que Trump ha estado proclamando sobre su capacidad de poner fin a las guerras e imponer la lógica económica en los conflictos internacionales.
Por otra parte, negociar significa discutir las diferencias y buscar un acuerdo que sea útil para todos. Precisamente por eso Teherán negocia con EE.UU. sobre la base del interés mutuo: no hay posiciones de sometimiento posible ni disposición a aceptar un redimensionamiento político, económico o militar en función de las necesidades imperiales. Atacar a Irán está muy lejos de ser lo mismo que bombardear sin resistencia campos de refugiados y hospitales. La capacidad persa de infligir costos altísimos a la entidad sionista y a todo Occidente sigue siendo elevada. Conviene que tanto en Tel Aviv como en Washington lo tengan en cuenta.