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Joven juega la ouija para despedirse de su abuelo

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Juanma es un chico, de 21 años que decidió junto con sus amigos jugar la ouija, ya que deseaba despedirse de su abuelo que había fallecido.

«Mis padres estaban en el hospital porque mi abuelo se murió, en Huelva, y yo me quedé en casa con mi hermano, que tiene 10 años. Aquella noche se quedaban allí y después al tanatorio para velarlo y a casa se vinieron unos amigos que sabían lo que había pasado. Hablando del abuelo les dije que me hubiera gustado despedirme de él pero que no pude y, entonces, Lucía me dijo que ella tenía una ouija y que podíamos hacer una sesión y despedirme”, contó Juanma.

“Me pareció bien, era sólo una despedida que no implicaba nada más. Lucía vive dos calles más abajo del pueblo y fue rápido. Dejé a mi hermano ya acostado y nosotros nos quedamos en el salón» comentaba nuestro testigo, Juanma. «En un momento dado, al acabar de comer, decidimos apagar las luces y poner unas velas, Lucía dijo que pusiéramos los dedos sobre el máster que aquello comenzaba ya. Ella hizo como una invocación, llamando al abuelo y al poco se comenzó a mover el máster”.

“Preguntó si había alguien allí y aquello se fue al «Sí», entonces dijo que queríamos hablar con «Juan», con mi abuelo, y aquello comenzó a moverse letra a letra, nos dijo que le habláramos y yo, en voz alta, dije que sólo quería despedirme de él y que lo quería mucho. El máster se comenzó a mover y contestó «yo también os quiero», «cuidaos mucho», «estaré aquí». Entonces Lucía dijo que si podría dar una señal física de su presencia, un golpe o algo, y se cerró una puerta de golpe, era la puerta de Jorge, de mi hermano”.

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“Al sentirla y saber que era esa puerta, que dejé abierta por si pedía algo o llamaba, salí corriendo para allá, estaba llorando, nos costó mucho trabajo abrir y cuando lo hicimos mi hermano dijo «el abuelo ha estado aquí, se ha sentado y ha dicho que me quiere y se ha ido y cerrado la puerta», él sabía que estaba malo pero no que estaba muerto y eso nos puso los pelos de punta. Entonces fue cuando Lucía vio una sombra en el pasillo que entraba en el salón. Fuimos corriendo y nos encontramos que la puerta del salón que da al balcón estaba abierta de par en par y todas las velas apagadas. El susto fue grande y me dio miedo por un lado pero por el otro agradecí lo que pasó, fue muy fuerte», finalizaba.

En días posteriores se vivieron pequeños hechos que no tenía explicación, puertas que se cerraban solas, luces que se apagaban y se encendía o la propia televisión, aunque todo ello se fue diluyendo sabiendo que podría todo explicarse bajo la premisa de la experiencia ouija que se había realizado en su casa horas después del fallecimiento del abuelo.

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