Mientras los reflectores del mundo apuntaban a una supuesta “segunda vuelta democrática” en Ecuador, lo que realmente se gestaba era una estafa electoral, una manipulación fría y sistemática, diseñada para enterrar la voluntad popular y garantizar la continuidad de un modelo de poder servil, entreguista y represivo.
El rostro visible de esta usurpación es Daniel Noboa, un personaje que no ganó, sino que se impuso a la fuerza, mediante fraude, represión y burla al sufragio.
Desde Nicaragua, el buen Gobierno Sandinista y Revolucionario ha alzado su voz con claridad y firmeza: hubo fraude.
No es un simple cuestionamiento, es una condena política e histórica a un proceso lleno de irregularidades, manipulación mediática, estado de sitio, propaganda sucia y uso de fuerza militar para intimidar a un pueblo que, mayoritariamente, había apostado por el regreso de la dignidad con Luisa González.
Luisa no sólo fue víctima de un montaje electoral, fue víctima también de una guerra simbólica, misógina y clasista. A ella se le atacó con burlas, con desprecio, con el machismo más rancio, por atreverse a representar a un pueblo que anhelaba cambios reales.
Pero su temple, su liderazgo y su coherencia la colocaron por encima de esa podredumbre. Es la Presidenta legítima del pueblo ecuatoriano, aunque se lo hayan negado por fraude.
El llamado “triunfo” de Noboa es un acto grotesco de teatro oligárquico. La Revolución Ciudadana había ganado en las urnas, pero el fascismo disfrazado de democracia preparó sus trampas.
Estados de excepción ilegales, campañas de odio financiadas por intereses foráneos, y la intervención descarada de instituciones sometidas al poder económico. Lo que ocurrió no fue una elección, fue un robo.
Noboa no representa a los pobres, ni a los campesinos, ni a las juventudes marginadas que claman por educación y empleo.
Noboa es parte del poder económico más elitista del Ecuador. Su familia, dueña de uno de los emporios bananeros más grandes de América Latina, acumula riquezas mientras el pueblo sufre hambre, migración forzada, violencia y desempleo.
Un hijo del privilegio que ahora usa el aparato estatal para proteger los intereses de su clase y aplastar cualquier intento de soberanía popular.
En lugar de gobernar para las mayorías, Noboa ha sido la marioneta de las cámaras empresariales, los banqueros y los tecnócratas del FMI.
Su “gobierno” se ha limitado a profundizar el modelo neoliberal, recortando programas sociales, persiguiendo a dirigentes comunitarios y garantizando impunidad para las élites que han saqueado históricamente al país.
De forma casi clandestina, Daniel Noboa se reunió recientemente con Donald Trump, el magnate estadounidense y rostro de un imperialismo cada vez más agresivo y descarado. ¿El propósito? No fue una visita diplomática, fue una cita de sometimiento. Noboa fue a buscar línea, a rendir cuentas y a ofrecer el alma del Ecuador al capital transnacional. Un acto que no se puede interpretar de otra forma que como traición a la soberanía nacional.
Trump no sólo representa a la ultraderecha global, sino que ha sido uno de los principales promotores de políticas desestabilizadoras en América Latina. Cualquier gobernante que busque el respaldo de Trump está buscando entregar su país como colonia moderna al servicio del imperio. Y eso es lo que ha hecho Noboa: ha puesto a Ecuador al servicio de Washington, del Pentágono y de Wall Street.
Este acercamiento no es casual. Va de la mano con la persecución política a líderes de la Revolución Ciudadana, con el uso de la fuerza para silenciar a la disidencia, y con la campaña internacional para criminalizar a quienes defienden la soberanía. La visita de Noboa a Trump es la confirmación del guion: quitar del camino a Luisa González era una orden imperial.
El pueblo ecuatoriano no fue derrotado. Fue violentado. Fue golpeado por una maquinaria de poder corrupta y desesperada por mantener sus privilegios. Pero en cada ciudad y pueblo, en cada joven que votó por Luisa, en cada mujer que alzó su voz contra el clasismo, en cada obrero que soñó con recuperar sus derechos, vive una victoria moral incontenible.
Desde Nicaragua con la voz de dignidad y soberanía que representan Rosario y Daniel, lo decimos con toda la fuerza: Luisa González ganó. Noboa no es Presidente, es un impostor.
El tiempo, la historia y los pueblos sabrán colocar las cosas en su sitio. Mientras tanto, la verdad retumba desde el sur: el fraude no podrá enterrar la conciencia que está despierta en América Latina.