Opinion

Nicaragua, Lecciones Electorales

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Por: Fabrizio Casari

Una victoria del sandinismo larga, amplia y profunda como toda Nicaragua. Una cantidad de votos para aplastar a los adversarios políticos. La participación no sólo es alta en relación con la tradición electoral del país, sino que supera con creces la de todos los países de Europa, de EE.UU. y de otros lugares que cuestionan la democracia nicaragüense.

El resultado electoral no es sorprendente, confirma la amplitud y transversalidad del consenso político del que goza el sandinismo y se certifica la estabilidad política del gobierno. En un continente en el que victorias y derrotas se dan en decimales, los números por los que gana el FSLN presentan cifras récord no sólo en la historia de Nicaragua, sino también en la de la mayoría de los países reconocidos internacionalmente.

Esto no se debe a un hechizo del dios de los pobres, ni al apoyo internacional. Es un producto autóctono y la consecuencia lógica de un modelo socioeconómico que, como demuestran los datos más recientes, ha reducido la pobreza en mayor porcentaje y más rápido que en cualquier otro país de la región centroamericana. A diferencia de otros países de la región, la reducción del desequilibrio ha sido una parte fundamental del crecimiento del PIB.

Esto se da en virtud de un modelo en muchos aspectos único, que considera la ampliación de la base productiva un motor decisivo para el crecimiento económico general y un sistema de estado de bienestar que se basa en la transferencia de la riqueza generada en obras sociales, en la prestación de servicios personales gratuitos y de calidad. Lo que aumenta la calidad de vida: el efecto se mide en las familias, que ven aumentar su poder adquisitivo, ya que los principales recursos ya no tienen que invertirse en curarse, estudiar, desplazarse.

El resultado de estas elecciones tiene un significado muy importante, casi identitario. Confirma que el Sandinismo es también es un arte de gobierno, una cultura de gestión de los asuntos públicos, un motor de crecimiento ascendente y no sólo descendente, un colector entre el centro y la periferia en el concepto de desarrollo.

En definitiva, el Sandinismo demuestra la capacidad de concretar con éxito la gestión del sistema-país, de representar con el decir y el hacer su elección de campo junto a los últimos y el crecimiento homogéneo a lo largo y ancho del país. El voto demuestra que todo esto es comprendido, aceptado y valorado por el pueblo, que nunca habìa conocido coherencia entre las promesas y los logros como en los últimos 16 años.

Sí, dieciséis años, como los del liberalismo, sustancial somocismo sin Somoza, que asoló el país desde 1990 hasta 2006. Basta ver cualquier punto de Nicaragua retratado por una instantánea de los 16 años de gobiernos liberalistas y colocarla junto a una fotografía de hoy para entender cómo el tiempo ha sido y es un componente de la voluntad política. Porque el tiempo es un caballero al que nos dirigimos de dos maneras: una para distanciar y otra para equilibrar, una para conservar y otra para cambiar.

El Sandinismo esto hizo: cambiò. Cimentó ideas y proyectos, realizando una modernización de Nicaragua como nunca antes no sólo no se había realizado sino ni siquiera hipotetizado. Carreteras, puentes, infraestructuras, hospitales, escuelas, centros de asistencias, reestructuración de los puertos, credito a las familias emprendedoras, vivienda para los màs necesitados, ampliación de la red eléctrica y reorganización de la distribución del agua, junto con sanidad y educación gratuitas y de calidad, transporte subvencionado y ayuda con los aumentos de los costos de la energía, son algunos de los aspectos que forman parte del proyecto de la nueva Nicaragua.

Es significativa y simbólica la afirmación del FSLN en la Costa Atlántica. Por la indiferencia histórica que ha sufrido y por cómo ha visto cambiar su destino, la Costa Caribe es el verdadero paradigma de este proceso de modernización y evolución. Facilitar el acceso a la Costa Caribe significa impulsar su desarrollo, situarla en el centro de las actividades productivas, contribuir a reducir la migración interna en busca de trabajo, valorizar la diversidad autóctona y fomentar la integración mutua.

En efecto, no sólo hay que fijarse en los indudables beneficios que la nueva red de infraestructuras aporta y aportará a la distribución de bienes y alimentos; hay que mirar más allá si se quiere descubrir el modelo que anima estas elecciones. Un modelo que ve en la posibilidad de encuentros entre cada zona del país y cada familia la posibilidad de reducir las distancias y favorecer los retornos. Al conseguir asegurar el país, al hacer de la relación entre las personas y los lugares un objetivo a alcanzar, se transforma a las personas en pueblo, a un territorio en nación.

La idea de Nicaragua que está en el campo ve en la descentralización facilitada por la infraestructura moderna la posibilidad de hacer a todo el país protagonista de la vitalidad productiva que necesita. Al conectar las diferentes costas y regiones, de hecho, no sólo se conectan en red las actividades productivas, sino también las relaciones culturales, las relaciones humanas y los flujos migratorios internos. Poner en red a toda la población significa declarar caduco un modelo de desarrollo del país que veía las zonas más alejadas e inaccesibles como víctimas, espectadoras marcadas e irreversibles de un destino menor.

El destino expiró en 2006, desde que la libertad adquirió un valor concreto y no abstracto. Porque ésta es la verdadera libertad: la que hace posible la circulación, el ir y venir de los hombres y las cosas, el viaje de las ideas, el paseo de las ambiciones y el aterrizaje de los sueños. Aquello por lo que nadie está solo, sino que forma parte de un todo. En los dedos que empuñaban los lápices electorales fluía todo esto, y en cada metro de puentes y carreteras, en cada vuelta de molino, en cada entrada a clase y en cada visita a un hospital, en cada tejado y en cada pared, en cada piso, se afilaban esos lápices.

En los grandes medios de comunicación, propiedad de las grandes corporaciones, que a su vez son propiedad de los grandes bancos que también son dueños de políticos y periodistas, se escribe sobre Nicaragua excomunión y escepticismo, líneas de enfado y mentiras descaradas. Los que señalan con el dedo a Nicaragua se dejan llevar por la ignorancia y la mala fe. Tienen una idea de la independencia como la variable fría de la dependencia y cambian la soberanía por la obediencia debida. Pero reducir la democracia a la superstición, los derechos humanos a las ventajas políticas para los ricos y los blancos, mientras los derechos sociales permanecen en un vagón inmóvil sobre una vía muerta, es un asunto en el que se pierde.

Podrían ir a Managua y aprender. En la década de 1979 a 1999 y luego en los dieciséis años que van de 2006 a 2022, en codificaciones completamente diferentes -aunque con algunas similitudes- el sandinismo mantuvo su fisonomía. Resulta ocioso preguntarse si el perfil del sandinismo es más guerrillero o gubernamental. Guerrillero o gubernamental, el sandinismo es, por definición, revolucionario: porque trastoca las prioridades y los esquemas, porque hace girar el reloj de arena entre derechos y privilegios, porque revoluciona la estructura del país.

Nicaragua anuncia en su cuota parte que el mundo está cambiando, advierte del no retorno de esa parte de la humanidad que ha empezado a irse, y el irse cambia el camino y la misma forma de andar. El camino de la mayoría no contempla el permiso de la minoría, y la minoría tendrá que aceptarlo.

Nicaragua de ahora no se parece en nada a la que heredó en 2006. El gobierno del Comandante Ortega y Rosario Murillo ha puesto en marcha una revolución tranquila, que avanza por el camino correcto. Un laboratorio de pensamiento, una fábrica de hacer, un taller de imaginar. En Nicaragua, lo normal se ha casado con lo extraordinario. Esto es lo que la gente votó y por esto se ganó.

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